lunes, 7 de octubre de 2013

La fe de los otros

     

       
El taxista, de unos 45 años, era muy amable. No como  otros muchos que te machacan los oídos con emisoras estridentes,quieras o no, o con el partido de futbol. A éste le gustaba charlar con los viajeros-según me dijo- y aprovechó  que un japonés se había dejado el plano de la ciudad en el asiento para iniciar la conversación sobre las insólitas cosas que la gente olvida y sobre la mala situación en que se encuentra el mundo del taxi.

Así estuvimos hablando  durante los diez minutos que duró el trayecto.

Pagué y nos despedimos con una sonrisa . Cuando estaba a punto de abrir el portal, veo que el taxista cruza la calle corriendo, con algo en la mano.

Pensé que me había olvidado algo, como los japoneses, pero no. Con una sonrisa y apresuramiento –porque había dejado la puerta del taxi abierta- me dijo:

-Tenga, se me había olvidado darle esto.

Y me entregó tres estampas de la Virgen y el Sagrado corazón.

Le sonreí y le di las gracias con  toda la amabilidad de que soy capaz conmovida por aquel acto inocente, y arriesgado, de afirmación de su fe.

Entré en casa y puse las estampas en el montón de diarios que tengo para llevar al contenedor de papel.

 
                                                  22-IV-011

2 comentarios:

  1. Este es un mini-cuento precioso,a mi modo de ver,y estoy segura que de igual manera lo miraran los demás.Te quedo' muy bonito,Sinrima.

    SyA.

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    1. Hola, Nariac. Este relato está basado en un hecho real, que me ocurrió tal y como lo cuento. Las estampas eran de una estética horrible, de colores estridentes , pero el taxista me las dio con convicción y amabilidad y me dejó desarmada ante su inocencia. Me pareció un gesto naïf y correspondí lo mejor que supe.Ni me gustan ni creo en las estampas religiosas, pero respeté aquel acto de fe.

      Gracias por comentar.

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