Los leves sonidos que habitan
el bosque penetran los
rincones de mi mente. Escudriño sus ecos que se
repiten
insistentes como queriéndome decir algún
secreto.
Te busco en la fuente que mana
de la roca: las náyades
me dicen que te han visto. Te busco en la arboleda y
las
dríades, a coro, me susurran tu nombre. Te busco en el
liquen y reconozco
en los colores tus pinceles. Todo el
bosque me dice que tú existes.
Con premura me despojo de todo.
No dejo otra cosa en
mi mochila que el recuerdo desbocado de tus versos. Él
invade el paisaje, el aire, el agua y todo cuanto abarca
mi mirada.
Nada puede acallar este latido
corrosivo, este sentirte
próximo sin percibirte, este sueño que injerté en una
rama de tu árbol frondoso e inmenso. Este amor que me
estremece cuando en todo
lo que veo te pienso y, al
pensarte, te siento.
Mayo, 2011
Muy intensa prosa.Esa búsqueda de lo que se presiente, tiene un precioso tono apremiante y nostálgico.
ResponderEliminarMe gustó tu forma de pasear por el bosque y conversar con las ninfas.
Saludos
Gracias, Inés. El bosque siempre me remueve recuerdos.
ResponderEliminarSaludos.
La naturaleza nos ofrece paz cuando el corazón anda inquieto.
ResponderEliminarUn abrazo.
Sí, Pedro, ¡qué reflexión más certera y bonita! En la Naturaleza se amplían nuestros horizontes.
EliminarGracias por tus palabras.
Un abrazo.