El taxista, de unos 45 años,
era muy amable. No como otros muchos que
te machacan los oídos con emisoras estridentes,quieras o no, o con el partido
de futbol. A éste le gustaba charlar con los viajeros-según me dijo- y
aprovechó que un japonés se había dejado
el plano de la ciudad en el asiento para iniciar la conversación sobre las
insólitas cosas que la gente olvida y sobre la mala situación en que se
encuentra el mundo del taxi.
Así estuvimos hablando durante los diez minutos que duró el
trayecto.
Pagué y nos despedimos con
una sonrisa . Cuando estaba a punto de abrir el portal, veo que el taxista
cruza la calle corriendo, con algo en la mano.
Pensé que me había olvidado
algo, como los japoneses, pero no. Con una sonrisa y apresuramiento –porque
había dejado la puerta del taxi abierta- me dijo:
-Tenga, se me había olvidado
darle esto.
Y me entregó tres estampas de
la Virgen y el Sagrado corazón.
Le sonreí y le di las gracias
con toda la amabilidad de que soy capaz
conmovida por aquel acto inocente, y arriesgado, de afirmación de su fe.
Entré en casa y puse las
estampas en el montón de diarios que tengo para llevar al contenedor de papel.
Este es un mini-cuento precioso,a mi modo de ver,y estoy segura que de igual manera lo miraran los demás.Te quedo' muy bonito,Sinrima.
ResponderEliminarSyA.
Hola, Nariac. Este relato está basado en un hecho real, que me ocurrió tal y como lo cuento. Las estampas eran de una estética horrible, de colores estridentes , pero el taxista me las dio con convicción y amabilidad y me dejó desarmada ante su inocencia. Me pareció un gesto naïf y correspondí lo mejor que supe.Ni me gustan ni creo en las estampas religiosas, pero respeté aquel acto de fe.
EliminarGracias por comentar.